El Diario, Monseñor y la Gorda Salinas


- ¿Y si te equivocás? -Le pregunto a Martín
- ¿Y qué problema hay?, lo mandamos de nuevo, ¿por?, equivocar nos equivocamos todos. -Me respondió totalmente despreocupado
Esa pregunta siempre la hacía en los otros lugares que trabajé después que me fui del diario.
En el diario se laburaba al palo, muy rápido, te apuraban los horarios de impresión, por eso casi nadie quedaba del todo conforme con lo que se publicaba, pero ese laburo es así, convivís con el error, no porque seas un animal, sino porque a veces no hay tiempo de releer y revisar todo lo que se publica, “con tiempo somos todos escritores” decía el Rolo.
Hacía una semana que yo había entrado a trabajar cuando pasó lo que pasó.
Como en todos los laburos las gastadas siempre se hacen con el tono y dentro de los contextos en que uno labura. Y en el ámbito de la redacción las cargadas eran con el armado de noticias, como si fueran los memes de ahora. Te armaban una noticia en joda, en forma artesanal, con alguna foto tuya, a veces retocada y le escribían globos de diálogo con birome, como si fuera una historieta. Después aparecía en tu escritorio o pegada en la pared y nadie sabía quién había sido, sospechabas, pero no podías acusar firmemente a nadie.
El jefe de redacción era un tal Roberto, era Rolo para los más allegados. Con nosotros, que éramos de otra sección, mantenía cierta distancia. Un tipo serio, muy serio, siempre impecablemente vestido, a la antigua, pero impecable: saco, corbata, peinado a la gomina, lentes con borde de cobre, finitos, delicados, un hombre de muy poco diálogo. Cada tanto se prendía a alguna joda de estas de las noticias armadas, pero muy poco, casi nunca te diría.
Me parece que laburaba desde que empezó el diario o casi: él y Julio, otro de los viejos. Pero Julio era más hinchapelotas, se prendía en todas. Los dos se conocían de pendejos y tenían otro compinche más, otro veterano como ellos que trabajaba en una radio; empezaron los tres juntos de chicos, pero con el tiempo estos cayeron en el diario y el otro ahora era el jefe de prensa de la Municipalidad, el “Monseñor” le decían. No sé bien por qué le habían puesto así; una vez Julio dijo que era porque se prendía la camisa hasta el último botón y andaba siempre de traje negro. No sé si era por eso, pero vos lo veías al hombre y te daba cura, era posta.
Como este tipo era prensa del municipio, acompañaba al Intendente a todos lados y siempre había alguna foto del “Monseñor” por las mesas de la redacción. Una noche, Julio encontró una de una reunión con los representantes de las comisiones barriales, donde el Monseñor parecía que le estaba mirando el culo con ganas a la Gorda Salinas, una conocida puntera y agitadora del barrio San Luis.
Julio ya había cerrado sus páginas y estaba al pedo, entonces armó una de estas noticias de joda con la foto del Monseñor, le dibujó los ojos casi saliéndose de las órbitas, como los dibujos animados, y un par de flechas apuntando al culo de la Gorda Salinas; le agregó un texto a máquina y la pegó en el marco del vidrio encima del canasto donde iban las fotos que se publicaban. En ese canasto se juntaba todo lo publicable del día, las fotos se las llevaba el empleado de fotomecánica para armar la película con la que se imprimía el diario, y los textos los recogía alguna de las tipiadoras para formatearlos y darle cuerpo a la tipografía o directamente los escribía el periodista.
-Mirá Rolo, miralo al Monseñor jajajaa. -decía Julio, y le señalaba la noticia que había armado. Rolo se reía pero como estaba escribiendo en la máquina, le dijo “ahora lo veo”, siguió en lo suyo y después se olvidó del comentario.
En las páginas de sociales trabajaba un pibe que no era de acá, yo lo había visto dos veces, una cuando me lo presentaron y, después, una vez más. A la hora que nosotros entrábamos, él generalmente ya había cerrado la página y no estaba, era de Pirán, de acá cerca, 15 km. Viajaba todos los días a laburar, estaba estudiando abogacía o algo de letras, no me acuerdo, y lo del diario para él era medio como laburo de oficinista, cuanto antes terminara mejor, no conocía a nadie, terminaba la página y se iba. Pero ese día no tenía con que cerrar, le faltaban unos centímetros, trató de llenar con misas, gacetillas, algún comunicado, pero no había pasado nada, ni un evento en el pueblo, no tenía con qué llenar, así que andaba mendigando por los escritorios por alguna noticita; y en eso el Rolo lo escucha y le señala el canasto:  “Fijate ahí en el canasto, tenés una gacetilla que quedó olvidada y no publicó nadie, mirá, con foto y todo, con eso llenás”.
Esta gacetilla que había visto Rolo medio de reojo era la joda de Julio al Monseñor que estaba pegada en el marco del vidrio, ¿cómo llegó ahí?, nos enteramos después, se había despegado y cayó justo en el canasto de las publicaciones.
El pibe este, Gabriel se llamaba, despegó la foto, sin prestarle atención, la dejó en el canasto para que la lleven a fotomecánica, y se llevó el texto para tipiar: “… en el día de la fecha, Monseñor fulano de tal, participó de la reunión de comisiones invitado por la anfitriona Graciela Salinas”, etc. etc., etc... El texto era similar a los que hacía siempre, pero la joda estaba en la foto no en el texto, así que terminó de escribirlo, cerró la página, dijo hasta mañana, y se fue a tomar el micro.
Suele suceder en muchos de estos casos que la foto y el texto se juntan cuando el diario está impreso y no antes; y como no hubo manera de chequear una cosa con la otra, sorteó todos los filtros y al otro día pasó lo impensable: salió como noticia la cargada que Julio había dejado pegada en el vidrio de la redacción: ¡El jefe de prensa de la Municipalidad, con los ojos desorbitados mirando el culo de la Gorda Salinas, con dos flechas que iban desde los ojos hasta el culo de la mujer!
Yo, justo ese día tenía que adherirme a una moratoria y estaba citado temprano en catastro para retirar la chequera de los pagos, ni bien llego a las escalinatas de la Municipalidad lo veo a José, uno de los periodistas del diario, que también trabajaba a la mañana en el municipio, con un diario en la mano y con una cara de desesperación alarmante, bajó los escalones hacia mí de tres en tres y me dice:  “Acompañame, vamos a lo del Rolo, ¿viste lo que pasó?”, totalmente agitado con las pulsaciones a mil, “no”, le contesto, “¿qué pasó?”, “¿no viste lo que salió en el diario?”. “No, no vi nada, recién me levanto”, insisto. “Mirá”, y me señala una noticia de sociales que había remarcado con un fibrón.
Cuando vi eso casi me muero: “Publicamos una joda en el diario, ¿cómo mierda pasó?”. José no me contestaba nada, intenté armar un mapa mental de cómo llegó eso a publicarse y no podía entender la manera.
-Encima Román-, así se llamaba el monseñor, -se cree que fui yo y casi me caga a trompadas, no se si la mujer no lo echó de la casa - me dijo José totalmente angustiado.
La señora del Rolo tardó en abrirnos, José se prendió al timbre varias veces hasta que se abrió la puerta. “Por favor señora, es urgente”, le suplicaba José. “Pero Roberto se quedó escribiendo como hasta las 3 de la mañana, si lo despierto me mata”, decía la señora en camisón y medio dormida. Roberto que escuchó los timbrazos y las voces, apareció en el living así nomás. “Qué pasa”, dijo, medio enojado y con los ojos entrecerrados por la claridad. Yo, la verdad, no lo reconocí, parecía otra persona, siempre lo había visto impecable, bien vestido y ahora parecía un personaje de una película italiana. José le alcanza el diario doblado justo en la página de sociales para que vea la noticia y le anticipó “mirá la cagada que nos mandamos”.
Roberto leyó y lo primero que dijo fue “¡la reputísima madre que lo recontra pariooooo!”, la estampa de este hombre, si no estuviéramos todos en la antesala de quedarnos sin laburo, era para cagarse de risa: una camiseta musculosa cortita que no le alcanzaba a tapar la panza, el slip rojo medio desteñido, medias tres cuartos azules, los pelos como un abanico pero todos de un mismo lado, como Capusotto en Todo x 2 Pesos; se había puesto para leer unos lentes de entrecasa de marco grueso, viejísimos, con una patilla sola y caminaba de un lado para otro en el living, como el loco Bielsa. Con la palma de la mano se pegaba en la frente y al golpearse repetía “la puta que lo parió, la puta que lo parió, la puta que lo parió”. Fue todo lo que dijo hasta que nos fuimos. No había manera de levantar esto.
Me fui para el diario para ver si yo había armado esa página, estaba seguro que sí, pero la quería ver en la máquina. Antes de entrar, desde la puerta, nomás, escucho gritos, llantos, discusiones, me asomo y era la Gorda Salinas con el marido, exigiendo explicaciones en el mostrador del diario. Ni entré, me fui a mi casa y lo primero que le dije a mi señora cuando llegué fue “hoy me echan”. “Sí, ya sé”, me respondió, estaba al tanto de todo, y claro, era el comentario del pueblo.
Recién eran las 10 de la mañana y yo tenía franco, no sabía que hacer, si ir o no, no quería hablar con nadie, estuve toda la tarde buscando de qué agarrarme para eludir la responsabilidad pero no había caso, estábamos todos involucrados: el que la publicó, el que la corrigió, nosotros los de diseño, principalmente yo, los de impresión seguro que también; éramos todos y si analizás bien, nadie era el único responsable.
A las 17 suena el teléfono en casa, “era del diario”, me dice mi señora, “tenés reunión a las 19”.
Llegué justo a las 19, pero ya estaban todos, menos el Director. Rolo, ahora vestido como para una fiesta, trajeado; el encargado de la corrección, el jefe de la imprenta, que no tenía nada que ver, pero después me enteré que lo convocaron porque una vez antes de imprimir vio que salía una foto de un domador con un título que decía “Mis quince años” y paró la rotativa para que no salga semejante error, así que este lo tendría que haber visto, decían; y yo, que era el encargado del diseño y pre prensa.
Lo raro que no estaban ni Julio ni el pibe de Pirán, el pibe vaya y pase, porque no estaría en la ciudad, pero ¿Julio?. Después pensé que estaba todo cocinado y Rolo les tendría que comunicar los despidos.
El panorama era horrible, todos cabisbajos, serios, nadie hablaba, seguro, pero seguro que nos cortaban la cabeza, no era para menos. No sé a los otros, pero a mí, que hacía una semana que había entrado, me daban el pire de cajón, igual me iba a defender de alguna manera, porque viste que al terminar la reunión te hacen quedar y ahí a solas te pegan una patada en el orto monumental. Pero, bueno, no había manera de zafar, empecé a hacer memoria de las cosas personales que tenía en el cajón del escritorio y no eran muchas, creo que con una caja chiquita me iba a alcanzar para llevarme todo.
De golpe se abre la puerta y aparece el Director con un diario en la mano, “buenas noches”, dice y se sienta frente a nosotros, despliega el diario sobre el escritorio, y busca inmediatamente la página de sociales, no volaba una mosca, yo ni quería escuchar la terrible cagada a pedos, si total ya me echaban a la mierda, miré de reojo al de corrección y estaba tan cagado como yo. A Rolo se lo veía preocupado, más que nada creo que por ser el coordinador, el jefe, y que te pase una cosa así, a él, que siempre chapeaba con la jefatura de redacción, era una mancha enorme. Las radios nomás, durante toda la tarde hablando del tema, opinaba cualquiera, decían que era un vuelto político del diario al intendente por la pauta oficial… un desastre.
Cuando el Director encuentra por fin la página, le pega un vistazo rápido a la noticia, nos mira y aprieta los labios muy fuerte como cuando no te querés reír pero no te podés contener. Bueno, no se pudo contener y como si estuviéramos coordinados, todos, pero todos, largamos una carcajada impresionante, incontenible, nos tentamos de una manera que no se puede explicar, no podíamos parar de reírnos. A los 15 minutos de reírme le hago un gesto al director que voy al baño, que no podía más, me meaba encima.
No me voy a olvidar nunca más de esa postal: Rolo en el piso de la dirección, revolcándose a las carcajadas y el Director totalmente tentado tirado en el escritorio con la cara encima el brazo como cuando contás a las escondidas, nunca vi a esa gente tan seria reírse, pero cagarse literalmente de risa de esa forma: se miraban, llorando de risa, apuntaban con el dedo la foto del monseñor en el diario y volvían a tentarse de la risa, el director tirándose de nuca contra el sillón y el Rolo a las revolcadas entre las sillas.
Esa noche no trabajaba, así que volví al diario al otro día y ya todo era normal. A los meses nos enteramos que el diario tuvo algún kilombo legal, hasta tuvieron que ir a hablar a la Iglesia, pero entre abogados, de alguna manera, llegaron a un acuerdo y todo se solucionó.
Al final, yo que pensé que no duraba ni una semana, laburé en ese diario más de 15 años, y -como en todo diario- algún error siempre salía, cosas menores, algún título con falta de ortografía, alguna foto equivocada, pero nunca más algo tan disparatado como eso.
El último que me acuerdo fue en un título de deportes, que como usábamos mucho el copy y paste, quedaban textos sin borrar en la memoria y salió publicado que Tyson peleaba acá, en el Club Bancario, jaja, pero bueno, eso es para otra historia.
AP

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